El piojo se subió a uno de los pelos que le sobresalían más a Nathalie. Dijo su lamentable discurso, y se lanzó, precipitándose aceleradamente hacia el suelo. Por supuesto, a excepción de mí nadie lo notó. Pude ver como el piojo caía y caía despacito, frenándose por la resistencia del aire. Finalmente, tras casi medio minuto, golpeó el piso, y su pequeño cuerpecito se rompió, matándole. Pude oírlo gritar hasta quedarse sin aliento varias veces en ése tiempo, con su vocecita de piojo:
-¡Aaaaaaaaaaahhhhhhhh! –Exclamaba. Luego, una inhalación profunda, y continuaba con otro gritito-¡Aaaaaaaaaaaaahhhhhh! –una y otra vez.
No obstante el dramatismo y el sentimiento de las palabras del piojo, él mismo era tan pequeño y tan poco notable que no me importó ver el pequeño punto gritando y cayendo hacia una muerte segura. Pude haberlo impedido, pero lo diminuto de su tragedia me parecía tan absurdamente insignificante, que no quise moverme. Además estaba ocupado, cocinando.
-¿Qué miras? –Preguntó Nathalie. –Nada. –Dije, y seguí cocinando. El punto en el piso no se movió.