El Último Hijo



Despertó. La pantalla mostraba que sólo había dormido tres horas. También que su pulso cardíaco estaba muy por encima de lo normal. Respiraba rápido, y sudaba. Había tenido otra vez el mismo sueño. Se levantó, y fue hasta la salita. Le pidió al robot de servicio un café. Luego sacó un paquete de cigarrillos de un estante, extrajo uno y lo encendió. Un minuto después el robot retornaba obedientemente con la orden que se le había pedido.

- ¿Cómo se encuentra hoy? – preguntó con su voz, casi perfectamente humana.

- Mal - le respondió secamente Adán.

- ¿Hay algo más que pueda hacer por usted?

- ¿Hay algo más que puedas hacer por mi?

- No puedo procesar la orden señor.

- Entonces métete en tu armario hasta que te llame.

- Sí señor.

El robot obedeció de nuevo, dio unos pasos hacia la pared y se abrió una puerta vertical. Desapareció en el interior y la puerta volvió a cerrarse, sin dejar rastro. Adán estaba totalmente desalentado y confuso. No había nada que él pudiera hacer ya.

A pocas horas de haber llegado al mundo cientos de sensores le fueron implantados por todo el cuerpo por el cirujano robot, que monitoreaban constantemente su estado físico. Había vivido rodeado de robots, computadoras y toda clase de aparatos complejos. Sólo él, en ese enorme laboratorio a dos mil metros bajo tierra. Y únicamente había salido una vez, por el pasillo que se le había indicado. Durante toda su vida, fue celosamente protegido, cuidado y atendido por cientos de robots y dispositivos por toda su “casa”.

- No puedo creerlo, simplemente no puedo creerlo – dijo con la voz entrecortada, y se derrumbó, llorando.

Tenía veinte años. Y era el único humano en ése laboratorio, la instalación número siete. Había con él dos gatos, un perro, y una pecera con algunos pececitos dorados, a los que él les había dado la vida.

- ¿Por qué? ¿Por qué no tuvieron la previsión? ¿Por qué los hombres en uno y las mujeres en otro? – Y siguió llorando, abatido, y completamente solo.

Una vez se hubo repuesto, caminó hasta el laboratorio médico y buscó el diazepan. Se tomó un par de píldoras y luego de un rato se sintió mejor. En una esquina de la pared se leía “Centro Médico” y abajo otro, muy conocido para él, “Proyecto HH”.

Preparó una fuerte dosis de diazepan en una jeringa, le añadió algo de suero y comenzó a buscar en el resto del armario. Añadió una generosa cantidad de morfina, y luego sumó cianuro de potasio a la mortal mezcla, traído de la instalación científica. Sabía que no percibiría nada, sólo la aguja. Caminó hasta su habitación y la obstruyó desde dentro. Las alarmas se dispararían, así que las desactivó. Colocó a la computadora en un ciclo eterno de música, reproduciendo casi la totalidad de la producción musical del mundo una y otra vez, lo que haría que la energía de toda la instalación se consumiera en unos dos mil años. Luego apagó todos los demás sistemas.

- La última gran fiesta – pensó.

Se estiró sobre su cama y encendió otro cigarrillo.

El Proyecto Hijos De La Humanidad tenía como único propósito el salvaguardar la especie humana. Cuando se anunció la guerra, recibió todos los fondos que no eran destinados a dispararle al enemigo, y todo estuvo listo al cabo de seis años. El Proyecto consistía en excavar siete imponentes instalaciones a dos kilómetros de profundidad. En una serían reservados fetos y embriones de unas tres millones de especies de plantas y animales, incluidos algunos insectos y algas marinas y de agua dulce, todos aquellos que pudieran servir para el hombre, y otros por ser importantes para regenerar ecosistemas completos. También se encontraban todos los medios para gestar y madurar los embriones. En la segunda instalación, que era la más grande, había un inmenso terreno techado de cien hectáreas de tierra cultivable, con excelente iluminación, capaz de provocar la fotosíntesis, y estaba equipada con robots que podían sembrar, cuidar y cosechar en su debido tiempo cualquiera de las mil doscientas especies de plantas que allí se podían producir, una vez que los embriones se germinaran en la primera estación. En la tercera había una enorme biblioteca computarizada donde se podía encontrar la mayor parte del conocimiento humano. La cuarta instalación estaba diseñada para mantener hasta quinientas personas, era un complejo habitacional donde todo era controlado, desde la temperatura del aire hasta la música de fondo, si la había. La quinta era la mas pequeña, una guardería y centro médico automatizado, con capacidad para unos veinte bebés y doscientos pacientes, respectivamente, completamente equipada con robots cirujanos, enfermeros y de servicio. La sexta y séptima eran la obra maestra de la ingeniería de finales del siglo XXII. Allí estaban los ocho Adanes, en la sexta, y las ocho Evas, en la séptima. Combinaban la funcionalidad de las instalaciones numero uno, tres, cuatro y cinco. Todo era alimentado por un depósito subterráneo de agua de cincuenta millones de litros, y baterías y generadores atómicos. La comida era generada sintéticamente por máquinas alimentadoras, que podían preparar un menú de miles de diferentes comidas y bebidas, desde simple “arroz” blanco hasta alimento para perros, y desde “jugo de naranja” hasta gaseosas del mismo sabor, o “café mocaccino”. Las siete instalaciones estaban dispuestas de la siguiente forma: Las primeras cuatro, en forma de rombo, la quinta en medio de ellas, la sexta conectada con la primera y la séptima con la tercera, de modo que quedaran en lados opuestos.

Robots, computadoras y grabaciones cuidarían, educarían, alimentarían y se encargarían incansablemente de las últimas dieciséis esperanzas de la humanidad, desde el momento de su nacimiento hasta que estuvieran los suficientemente maduros (y sexualmente desarrollados) para ser guiados a las demás instalaciones. Esto sucedería cuando tuvieran precisamente diecisiete años.

Veinte años antes, toda la instalación sufrió la terrible onda de choque de una bomba perdida. Dos mil metros mas arriba había un enorme cráter de cien metros de profundidad. Los sistemas pasaron a energía de emergencia mientras miles de robots de reparación se desplazaban por todas partes. El daño no fue grave, pero bastó para privar de vida los embriones de siete de los varones, quienes sufrieron una terrible pérdida de oxígeno, debido a que el sistema de esas siete cápsulas no se reparó a tiempo. Sin embargo la que quedaba bastaría para evitar la extinción de la raza humana. Eso lo sabía Adán, mientras se le explicaba todo con detalle, en una grabación programada para cuando tuviera edad suficiente como para comprenderla.

“Ustedes son el futuro. No deben cometer el mismo error que nosotros. Jamás peleen entre sí. Han sido traídos al mundo como la búsqueda de nuestro perdón y continuidad. Les deseamos un futuro feliz. Pasarán muchos años antes de que se vean forzados a salir de ésta instalación, y para entonces los residuos radiactivos habrá sido limpiado en su mayor parte en las cercanías de la instalación por robots especialmente diseñados para esa tarea. Reprodúzcanse y háganse muchos y llenen la Tierra. Perdónenos por nuestra estupidez, esperamos que nunca vuelva a sucederle a nuestra raza que nos llevemos al límite de la extinción. Ahora, las ocho hembras deben estar viendo ésta grabación, después de la cual serán conducidas al nivel habitacional al igual que ustedes. Buena suerte y nuestros mas sinceros deseos de felicidad, esperamos que tengan una vida plena y hermosa, ya que ustedes son los últimos y los primeros Hijos de la Humanidad”.

Dieciséis habitaciones de la instalación número cinco se pusieron en marcha, y Adán fue conducido por un robot guía que nunca había visto hasta una de ellas. Esperó. No se presentaba nadie.

-“Tal vez la grabación de las hembras se ha retrasado” – pensó.

Dos largos días después, Adán le pidió a un robot que lo llevase hasta la instalación número siete. Y entonces lo supo todo.

Ahora, el cigarrillo se había terminado. Había comido langosta de verdad, criada por él mismo y un buen vino. Había preparado también todo para que en cien años se gestaran animales y fueran liberados fuera de la instalación.

- Al menos, no permitiré que se extinga toda la vida, en el peor de los casos – se dijo – al menos redimiré a la humanidad.

Entonces comenzó a recordar aquel día, tres años atrás.

Años antes, una bomba cayó justo por encima de la estación número siete, dejando un enorme cráter de cien metros de profundidad. La onda de choque dejó sin vida a siete de los ocho varones en la instalación seis. Él era el único superviviente. Pero en la instalación siete, sucedió la peor catástrofe en la historia de la humanidad. Luego de diecisiete años, allí, justo ante él, había una monumental tubería, taponando la puerta de la sala de gestación. Una docena de robots de mantenimiento, reparación, y emergencias estaban allí todavía, sin energía desde hacía años. Trepó por encima de la tubería y lo que vio lo invadió de horror. Allí estaban las ocho cápsulas embrionarias, y dentro de ellas, un líquido espeso y oscuro. Entonces entendió lo que aquello significaba.

Tras tres años de preparativos, todo estuvo listo. Clavó la aguja en su brazo y apretó la jeringuilla.

Mucho después, se pueden percibir los acordes del “Invierno” de Vivaldi fuera de la habitación 1-A de la estación cinco, a la que se le ha bloqueado la puerta desde dentro. Adentro, reposa un esqueleto sobre la cama. Allí yace Adán, el último hijo de la humanidad.


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