Marzo
En la casa de Eusebio y Edilia había actividad ese día. Estaba la familia reunida, los hijos, animados, conversando con los viejos. Mientras tanto afuera los nietos corrían y reían haciendo sus travesuras de niños. Todos eran tremendos; salían corriendo a tocarle la barrigota al abuelo, y Edilia los reprendía otra vez para afuera, a donde salían corriendo y haciendo bulla. Eusebio les ponía mala cara para que agarraran escarmiento, pero después se reía. Siempre estaba de buen humor.
A la hora de la comida sentaron a la muchachera en la mesita pequeña, mientras los adultos comían y echaban chistes y hablaban de cosas importantes y banales por igual. Los niños hacían poco desastre, eran ordenados a la hora de comer, por lo menos. Todos los primos se llevaban bien. Edilia comía siempre con una copa de vino, muy elegante. Rosa, la hija menor, la emulaba, aunque solo en su presencia, puesto que su esposo no era muy partidario de beber todo el tiempo. Andrés, el mayor de los cinco, conversaba siempre con la voz más alta y se reía ruidosamente. Eusebio siempre había sentido adoración por su hijo mayor, y eso que toda la vida se habían llevado tempestuosamente. Sin embargo con los años se habían hecho grandes amigos.
No era el caso con José, el segundo. Siempre había sido muy callado y obediente, pero a la larga se había distanciado mucho de su padre—Eusebio siempre lo trató con más rigor que a Andrés—pero nunca lo trató mal. Solo era así como habían sido las cosas. De todos modos Andrés lo convencía fácilmente para ir a ver a su papá. Ana María, la esposa de Andrés, se fue junto con Rosa para la cocina a ayudar a Edilia con los platos. Los hombres se fueron afuera, y las mujeres disponían de la mesa, el corotero y los niños.
José se puso a discutir con Miguel—el cuarto de la línea—sobre por qué éste último no estaba trabajando, que si se tenía que conseguir una mujer y casarse de una vez, que no había terminado de estudiar. Miguel era joven todavía, y quería ser fotógrafo, cosa que ninguno parecía entender a excepción de Andrés, que había heredado el buen ánimo del padre. Eusebio se ponía tenso cuando discutían. Edilia empeoró las cosas cuando salió de la cocina ya un poco bebida y se puso a recriminarle a José el hecho de que se metía con el hermano. Pero entonces también se puso a regañar a Miguel. De pronto la vida de Miguel se volvió el tema de conversación. Andrés, Ana María y Rosa lo defendían, mientras que Edilia montaba el zaperoco, ayudada por José. Teresa, la esposa de José, permanecía callada: ella estaba de acuerdo en que Miguel era un vago, pero quería mucho a su cuñado y no le gustaba que lo trataran así. En medio de todo el barullo, Eusebio se quedaba mudo. Los problemas siempre le hacían molestar mucho y no podía hablar, había sido así desde joven. Abrió la boca solo para reprender a Edilia, y su voz nerviosa los sacó a todos de la discusión.
Eusebio se levantó y se fue a buscar a sus nietos. Adoraba a los niños de sus niños. Los encontró encaramados unos en un chinchorro, y el resto jugando tranquilitos con tierra y unos camioncitos de juguete, niños y niñas. Estaban asustados por la discusión de los grandes, pero ver a su abuelo les tranquilizó en seguida. Sabían que si ése viejo gordinflón y moreno estaba con ellos, todo estaría bien. En seguida les cambió el ánimo y se pusieron a jugar con él. Los más grandecitos, los hijos de José, se le subían en la barrigota y el hacía como un globo que se desinflaba. Se morían de la risa. Eusebio estaba feliz con sus nietos, pero el arrebato le provocó un dolor de cabeza terrible.
Llegó la noche, era hora de irse y se despedían todos. Eusebio les dio la bendición a sus hijos y nueras. Edilia hizo lo mismo con poco ánimo, estaba mareada por la bebida. Luego que se fueron, le reclamó al viejo que le haya mandado a callar en frente de los hijos. El dolor de cabeza aumentó.
Junio
Rosa y Miguel se fueron de viaje para Margarita, y se llevaron a sus padres. Ellos vivían cerca, Miguel nunca se había casado y Rosa era ya divorciada, por lo que alquilaron entre los dos un apartamento a unas cuadras de la casa de los viejos. Iban para Margarita. Edilia siempre se ponía de un humor muy apacible cuando iban allá, porque allí se habían ido de luna de miel treinta y cinco años atrás. Amaba la isla, y amaba a su esposo. Él tomó el volante por unas horas para que Miguel descansara, y para darle tiempo de tomar algunas fotografías del viaje. Rosa se llevó a Carlos Javier, de cinco años, a su primer viaje más o menos largo. El niño iba durmiendo en las piernas de la mamá.
Edilia le indicaba el camino a su esposo, porque ya no veía del todo bien los carteles en la autopista. Le dijo que en la siguiente bifurcación debían tomar el camino de la derecha. Eusebio se fue a la izquierda. Edilia le pegó un grito, y Eusebio se detuvo en la siguiente estación de servicio. Se sentía mareado, y notó con preocupación que no podía distinguir la izquierda de la derecha. Miguel manejó hasta el puerto, tomaron el ferry, y el viaje continuó y terminó normalmente.
Septiembre
La salud de Eusebio se estaba deteriorando. Con casi setenta años, eso podría lucir normal, pero no sólo eran sus piernas y su espalda lo que le daba problemas. Algo en su cabeza no estaba bien. Se confundía con demasiada facilidad en cosas que había hecho toda la vida, como tomar correctamente el cepillo de dientes a la primera, o amarrarse los zapatos. “Me estoy poniendo viejo, es todo”—pensaba para sí. Siempre tenía a Edilia allí para ayudarle, aunque a veces bebía un poco más de la cuenta o le hacía molestar.
Andrés pasó de visita. Le dijo que se estaba poniendo flaco. Llamó por teléfono a Rosa solo para reclamarle por la salud del viejo, porque ella era la que vivía más cerca y tenía que estar pendiente de su padre. Andrés no se dio cuenta, pero Eusebio lo escuchó, y se alteró. Rosa no tenía la culpa de todas formas. Además él ya era viejo, y Rosita no tenía por qué estar todo el tiempo cuidándole; además, siempre tendría a Edilia. Otra vez el dolor de cabeza, como una puntada detrás del ojo derecho. Se desmayó.
Febrero
Eusebio no hablaba mucho. Ya había salido del hospital, pero el infarto cerebral casi le había quitado el habla. Pensaba mucho, en su hijo Miguel que se había ido para el exterior, y en Rosita, que después de acompañarlo en el hospital un par de semanas dejó de ir, y fue Yelitza quien se quedó con él el resto del tiempo. Rosita se había trastornado mucho, y empezó a dejarle al niño a Andrés para salir en las noches. Pensaba sobre todo en Edilia. Su esposa había empeorado mucho con la bebida. Siempre había tenido un problema con eso, al punto en que lo dejaba solo a veces para irse al bingo toda la tarde, y llegaba en la noche bebida. Eso le angustiaba mucho.
Yelitza estaba en la casa. Su hija mayor no dejaba de visitarle nunca; conversaban lentamente por las tardes cuando Edilia dormía, después de beber desde temprano. Esperaba que se le terminara de pasar la dormidera de la boca para poder hablar como antes, echar chistes y contar sus cuentos como siempre. Pero no mejoraba. Ya no podía amarrarse los zapatos, tampoco podía abotonarse la camisa ni estar de pie mucho rato. Sin embargo, le alegraba ver a su hija y a sus nietos cada vez que iban para la casa. Entre ellos y Edilia encontraba las fuerzas para no dejarse vencer.
Julio
A Eusebio se lo llevaron otra vez al hospital. Se había quejado de un dolor de cabeza muy fuerte y poco después se quedó parado en medio de la cocina, mirando fijamente un vaso mientras que con la mano sostenía una jarra totalmente derramada en el suelo. Estuvo así hasta que ente Edilia y Yelitza lograron moverlo hasta una cama, un rato antes que llegaran los paramédicos. Tuvo otro infarto cerebral. Esta vez estaría en el hospital más de dos meses.
Octubre
Eusebio despertó en una casa de cuidados en Caracas. Andrés y José se habían ocupado de conseguirle una habitación para que le atendieran lo mejor posible, ya que Yelitza estaba agotada y deprimida, y Edilia no paraba en la casa. No entendía que estaba pasando. Llamaba a su esposa. Estaba asustado porque no podía articular más que su nombre, y no podía pensar concretamente en nada.
Por la tarde ese mismo día llegó Edilia. Se tranquilizó, ella estaba ahí. Se quedó a su lado hasta el día siguiente, y se fue a casa a buscarle ropa limpia y otras necesidades. Una enfermera llegó y le administró algunos calmantes.
Despertó. Yelitza esta en un sillón al lado de la cama, dormida. Quiso llamarla, pero no encontraba las palabras. Al rato se desesperó y llamó a Edilia. Yelitza se movió, abrió los ojos y se movió como un relámpago hasta su lado. Se quedó cerca de él hasta que llegó Edilia. Yelitza se fue. Edilia se quedó allí esa noche, aunque se durmió rápidamente. Olía a brandy.
Andrés llegó al día siguiente temprano. Habló con los enfermeros. Besó a su padre. Se fue a trabajar. Más tarde esa noche lloraría.
Diciembre
Yelitza encontró a su papá amarrado a la cama. Eusebio despertó, pero no estaba allí. Su cerebro sólo se activaba por unos escasos segundos todos los días, y llamaba a su esposa. Una enfermera llegó para desamarrarlo y asearlo. José discutía con los médicos por haberlo amarrado, o seo le pareció por momentos. Alguien abría la ventana pero el tenía los ojos cerrados. Edilia.
Enero
Eusebio sentía hambre. Yelitza lo ayudaba a masticar. No sabía cuanto había comido. “Edilia”—Lo único que decía era el nombre de su esposa. Edilia se quedaba con él varios días a la semana. No reconocía a sus hijos. Ni siquiera a Yelitza, aunque su voz le calmaba. Solo podía pensar en Edilia.
Febrero
Un relámpago cruzó su cerebro. “¿Qué estoy haciendo aquí?”—Se preguntó. Volvió a irse. Una semana después otro destello de consciencia “Yelitza, hija mía, ¿Qué estás haciendo?”. “¡Edilia!”—Llamaba. Si estaba ahí, venía corriendo, pero se encontraba con que su esposo ya se había ido. Su mente no estaba, estaba en otro lugar, o en ninguna parte. Se iba a beber y jugar al bingo.
Abril
No más destellos de consciencia. Eusebio ya no existe, es una carcasa vacía. Eusebio ya no está, se ha ido. Tantas rabias, tantas preocupaciones durante su vida le habían finalmente obligado a irse. Se fue lejos, donde Edilia no está para darle dolores de cabeza. Pero a veces, en las noches, cuando duerme su cuerpo y su lastimado cerebro intenta volver de ninguna parte, él todavía la llama. “Edilia”—Susurra en voz baja. En el día se toca a veces los genitales, y una enfermera le da de comer.
Mayo
La abuela no hace sino beber y jugar en el bingo, Yelitza ahora trata de cuidarla a ella, pero con poco éxito. Miguel se devolvió del exterior y se está ocupando de Rosita, que le ha estado siguiendo los pasos a la mamá. Andrés y José trabajan, y tratan de no pensar en su padre. Por las noches, a veces, Andrés llora. Los niños preguntan por el abuelo, a lo que José les responde que está en una casita donde lo cuidan porque está enfermo, y que no lo pueden visitar porque está durmiendo.
¿El abuelo? El abuelo hace ya tiempo que no está. Su cuerpo duerme en una cama y come con la ayuda de alguien para masticar. Sus únicos reflejos son el de tragar, pestañear y una que otra función corporal. Está flaco y ya no recibe visitas más que ocasionalmente. Le crece la barba, el cabello y las uñas, y siempre alguien se los corta. Los médicos dicen que ya no durará mucho más, porque pronto sus funciones básicas dejaran de responder. Pero hace tiempo que el abuelo se fue. Y donde quiera que esté ahora, está llamando a Edilia.